Imágenes de la historia, una historia afromexicana de la imaginación
Por Itza Amanda Varela Huerta
En el camino de Puerto Escondido a Cuajinicuilapa, montada en una pasajera, pienso en cuáles son las posibilidades de encontrar un espacio para imaginar políticamente qué es, cómo se compone en el México contemporáneo la afrodescendencia, lo negro, lo afromexicano. ¿Cuál es su materialidad?, ¿cuáles son las oportunidades para que la marca de lo racial opere tan lejos de los centros de poder? Pero, sobre todo, pienso en cómo se imagina, se piensa y se actúa la historia de este pueblo que continúa escribiendo las páginas fuera de los recintos académicos. Me interesa en todo caso pensar en sintonía con las formas otras de llenar de significado lo negro-afromexicano.
¿Quiénes pueden y cómo se puede explicar lo negro-afromexicano fuera del ámbito de la palabra escrita? Considero que los tres espacios que veremos en esta exposición no buscan responder qué es lo negro-afromexicano sino abrevar a las diferentes formas de representación de este último grupo de identidades políticas diferenciadas.
La Danza de los diablos puede ser leída, entendida y usada desde diferentes puntos de vista: como un baile folclórico, como un juego comunitario, como una estrategia política, una tradición esencializada de las huellas de africanía, entre muchas otras. Ninguna de ellas es correcta o incorrecta, sino que me interesa pensar en las formas en las cuáles esa danza es un signo que encadena una de las muchas nociones de lo negro-afromexicano en la actualidad. Me refiero acá, específicamente, a las máscaras que se utilizan para completar el vestuario de esta danza a la cual, las personas negras-afromexicanas reclaman como única y verdaderamente afromexicano.
David Montaño Roque muestra la unidad en la diversidad o si queremos, aquella marca estética propia de lo negro-afromexicano al mostrar las diferentes miradas en las máscaras de diablos. Cada pueblo, cada persona participante de la Danza de los diablos imprime en su máscara aquellos elementos que permitan comunicar una sensación: miedo, alegría, fantasía, risas, suspenso pero las máscaras expuestas acá remiten siempre a lo negro-afromexicano en la Costa Chica, sin duda alguna.
Por otro lado, está otra forma de intento de captura (capturar en estricto sentido académico) lo negro-afromexicano a través de la lente de Allan Fis: ¿qué mira un ojo externo? Con externo me refiero a los ojos que pueden ver desde lugares diferenciados de la constitución del orden racial, político y cultural mexicano. Un ojo externo a la identidad negra-afromexicana, a la vida cotidiana que, como el mío, observa asombrado el lugar de la belleza que reside en las máscaras de Diablos, en la importancia de poner en el centro del discurso fotográfico la vida y la dignidad de las personas costeñas.
Una mujer que desafió su historia: Aydeé Rodríguez, pintora
Es un viernes por la noche en la Ciudad de México, un viernes de una suave primavera. Tomo el teléfono, me acomodo en mi estudio, enciendo la computadora y espero que la pintora Aydeé Rodríguez (Comaltepec, Cuajinicuilapa, Guerrero, 1954), artista afromexicana, responda mi llamada. Cuaji es su centro de operaciones. Escucho una voz dulce al otro lado del teléfono, he visto sus pinturas porque desde Proyectos Monclova me enviaron algunas imágenes. La charla empieza con algunas preguntas sobre la salud de Aydeé, ella me señala que esta es frágil, que la diabetes le arrebata tiempo de concentración y en su cabeza están explotando las imágenes de los pueblos costeños que ha ido conociendo, al mismo tiempo que la dolencia física se impone como marca del tiempo.
Como siempre que he hablado con algún artista negro-afromexicano el Centro Cultural El Cimarrón, organizado por el padre Glynn Jemmot en la Costa Chica sale en la plática. Aydeé me cuenta cómo lo conoció en su antiguo restaurante de Cuaji, acompañado por Sergio Peñaloza. Jemmot y Peñaloza son dos varones activistas que impulsaron los debates comunitarios sobre la diferencia identitaria negra a finales de los noventa en la Costa. Aunque desde puntos de vista diferentes, Peñaloza desde su experiencia cuijleña y Jemmot desde su experiencia caribeña, ambos contribuyeron a darle sentido a un discurso negro-afromexicano.
¿Quién llena de imágenes el relato histórico? Es importante que artistas como Aydeé tengan el espacio para hacer la operación central de la historia desde dos lugares legítimos en la calle pero cuestionados por la academia: el primero de ellos, desde la potencia de la imaginación en relación con la historia pública sobre lo negro y el lugar de la plástica, es decir, el lugar que no prioriza la palabra escrita sino la imaginación.
Captura mi atención que Aydeé me cuente qué pasó cuando conoció a “los líderes negros de la costa”, esas personas le chulearon las pinturas que tenía expuestas en su restaurante y le preguntaron quién era la persona que había realizado esas imágenes sobre personas negras en la costa. Aydeé respondió que había sido una mujer que pasaba vendiendo su arte a cambio de comida, negó ser ella la artista porque en su experiencia con otras personas encargadas de la cultura local, se le habían hecho comentarios sobre sus “locuras de pintar a puros negros trompudos, feos y chuecos”.
Llega entonces el tiempo en que en México se reconoce lo negro-afromexicano como una identidad política importante, tan importante, que en 2019 se reconoce a estas personas, pueblos y comunidades como parte de la nación pluricultural en la Constitución mexicana. ¿Cómo hacer para que ese reconocimiento incluya también el trabajo de Aydeé y las miradas y argumentos comunitarios sobre lo negro-afromexicano?
Es central para estas historias otras de lo negro-afromexicano que espacios como Proyectos Monclova, como un espacio vinculado con el arte contemporáneo, con sectores que no son académicos ni políticos, tampoco de la sociedad civil sino del arte puedan mostrar que la diversidad de las imágenes, la diversidad estética y por ende, nuestras nociones de belleza también siguen el patrón de la colonialidad del ser que ya Aníbal Quijano ha descrito en su obra socioantropológica.
Aydeé mezcla elementos locales, como los casi desaparecidos redondos, una estructura habitacional que el antropólogo Gonzalo Aguirre Beltrán en su canónico texto Cuijla, esbozo etnográfico de un pueblo negro, señala como un elemento de conexión entre África y algunas regiones de Guerrero y Oaxaca. Sigo por el camino de la imaginación: para Aydeé ese conocimiento sobre el redondo da un sentido sobre la historia pública de lo negro en México; al mismo tiempo, es –como me señaló en la llamada telefónica– un recuerdo de su infancia, de su casa, de los sentimientos que nos asocian con lo familiar, lo conocido.
En otras obras la pintora pone en el centro a tres mujeres negras: dos nos miran de frente con sus manos llenas de elementos locales, me aventuro a pensar que una de esas canastas contiene huevos de tortuga; la mujer que nos da la espalda, nos muestra un cabello negro y rizado, una silueta con curvas: mujeres negras-afromexicanas de la costa, que están en primer plano, en la tierra; en el mar, en primer plano también, se encuentran pequeñas embarcaciones con hombres pescando. La vida en la costa, la vida negra en la Costa Chica como me la relata Aydeé responde a las imágenes que se dan en el día a día.
Para Aydeé el camino no fue fácil. Como muchas mujeres costeñas, migró a la Ciudad de México, vivió allí doce años y volvió a Cuaji tiempo después. En ese lugar, su lugar en el mundo, su nueva vida llegó de golpe: la pintura, el arte que es herencia de las mujeres de su familia, se impuso en sus manos, en su mente. Inició investigando y pintando sobre las personas, pueblos y comunidades negras de donde ella es. Así y con una paciencia infinita -una paciencia generizada, diría yo- la artista defendió su arte, que fue poco comprendido al principio y es el mismo que hoy nos convoca en estas líneas, en este recinto.
Tenemos percepciones sobre lo negro-afromexicano muy vinculadas a imaginarios coloniales, en la mayoría de los casos pensamos en las representaciones del norte global cuando pensamos en cuestiones racializadas o percepciones antropológicas sobre aquello que la disciplina ha llamado identidades étnicas. Es central apuntalar la historia de Aydeé para ver cuáles son aquellas formas en las cuales las desigualdades sociales impiden que mujeres como la pintora acá mencionada desarrollen sus habilidades sin el peso del racismo estructural, ese que aplasta los sueños de las infancias, las mujeres y las personas feminizadas en las geografías mexicanas del terror.
Y, al mismo tiempo, es importante contar las historias de las personas como Aydeé. Es importante escuchar cuáles han sido los frenos, pero también cuáles fueron las circunstancias con las cuales construyeron las alas de su imaginación. Rodríguez empezó a pintar con 38 años cumplidos, por la promesa a su abuela, por la importancia que tuvieron las mujeres de su familia como artistas comunitarias.
Aydeé me cuenta algo que inspiró este documento: ella hace “historia de voces”: va a diferentes pueblos reconocidos como negros-afromexicanos y escucha a las personas sobre lo que éstas imaginan que es lo negro: el pasado, el presente y el futuro se encuentran entonces en los lienzos que la artista habilita como la historia plástica de las voces. Al tiempo que construye e imagina la memoria de los pueblos, agrieta los discursos mestizos sobre los orígenes de la gran fantasía de la mexicanidad como un ente homogéneo.
Lo negro- afromexicano: del margen al centro multicultural
“Nadie te hablaba en ese tiempo de esa historia, crecimos sin darnos cuenta de quiénes éramos, porque nuestros padres eran así”
Aydeé Rodríguez
Si lo negro-afromexicano es una identidad política en construcción, que desestabiliza las categorías raza/etnicidad/identidad/racialización como elementos político-académicos fijados, la obra plástica de las personas, pueblos y comunidades negras desestabilizará, con suerte, la mirada eurocéntrica sobre lo que entendemos como bello, como canónico, como arte contemporáneo. Solo con las y los artistas negros-afromexicanos es que la representación podrá dejar de alimentar las fantasías sobre la diferencia como una mercancía y podremos pensar en la pluralidad como lo que sostiene y reproduce la vida humana y no humana.
Las obras que se muestran en este espacio son una invitación a mirar y a (des)aprender ciertas perspectivas de aquello que reconocemos como bello y canónico. No sólo en el ámbito artístico, es allí donde radica la importancia de esta muestra: la belleza que refleja la cámara fotográfica de Allan en relación con los marcajes corporales de lo costeño; la belleza de la crin de caballo como las barbas del diablo mayor en las máscaras de David y la importancia de mirar lo bello en lo cotidiano, en la imaginación y en la disputa por la historia en las grafías de Aydeé.
Images from an Afro-Mexican History of the Imagination
By Itza Amanda Varela Huerta
On a bus ride from Puerto Escondido to Cuajinicuilapa, I’m thinking about blackness, African heritage, and Afro-Mexicanness: what are the possibilities of finding a space to imagine what they are, how they’re composed? What is its materiality? What opportunities are there for the mark of raciality to operate so far from the centers of power? Above all, I’m wondering how to imagine, conceive, and enact the history of the Afro-Mexican community, the pages of which continue to be written outside of the halls of academia. At any rate, I’m interested in thinking on the same wavelength as the other forms of filling Afro-Mexican blackness with meaning.
Who can explain Afro-Mexican blackness outside the purview of the written word—and how? As I see it, the three sections of this exhibition seek not to answer the question of what Afro-Mexican blackness is, but rather to nourish the different representational forms of this group of differentiated political identities.
The Dance of the Devils can be read, interpreted, and mobilized from different points of view: as a folkloric dance, a form of community play, a political strategy, or an essentialized tradition of the traces of Africanness, among many others. None of these is right or wrong; I am more interested in thinking about the ways in which that dance is chain of signs whose links constitute one of the many notions of Afro-Mexican blackness today. I’m referring specifically to the masks used as the finishing touch in the attire of this dance, which Afro-Mexican Black people claim as truly and uniquely their own.
David Montaño Roque presents unity in diversity—that is, the aesthetic mark proper to Afro-Mexican blackness—by crafting the different countenances of the devil masks. Each community, each individual participant in the Dance of the Devils imprints their mask with the elements that make it possible to convey a feeling—fear, joy, fantasy, laughter, suspense—but the masks in this exhibition always refer unquestionably back to Afro-Mexican blackness on the Costa Chica of Guerrero, Mexico.
Through the lens of Allan Fis we encounter another way of trying to capture—in the strict academic sense of the word capture—Afro-Mexican blackness: what do an outsider’s eyes see? By outsider, I mean someone whose way of seeing has not been shaped by the constitution of the Mexican racial, political, and cultural order; someone whose eyes are not those of Black, Afro-Mexican identity, outside the everyday life, and who appreciates, as I do, the beauty that inheres in the devil masks, and the importance of putting the lives and dignity of people from the Costa Chica at the forefront of photographic discourse.
A woman who challenged their history: Aydeé Rodríguez, painter
It’s a Friday night during a cool spring in Mexico City. I grab my phone, sit down in my study, turn on my computer, and wait for the Afro-Mexican painter Aydeé Rodríguez (Comaltepec, Cuajinicuilapa, Guerrero, 1954) to pick up my call. Cuaji is her base of operations. I hear a sweet voice on the other line. I’ve seen her paintings thanks to the staff at Proyectos Monclova, who sent me some images of them. Our conversation begins with a few questions about Aydeé’s health; she tells me that it’s still fragile, that her diabetes limits the time she’s able to concentrate. Her head is bursting with images of the coastal communities she has come to know, but at the same time her physical pain butts in like it’s keeping time.
Every time I speak with a Black Afro-Mexican artist, the Centro Cultural El Cimarrón organized by Father Glynn Jemmot on the Costa Chica, comes up, and this conversation is no different. Aydeé tells me how she met Jemmot at his old restaurant in Cuaji, accompanied by Sergio Peñaloza. Jemmot and Peñaloza are two activists who led the debates in the Costa Chica community about Black identity and Black difference in the late 1990s. Although they hold different points of view, stemming from Peñaloza’s experience growing up in Cuaji versus Jemmot’s in the Caribbean, both of them contributed to the development of a meaningful black Afro-Mexican discourse.
Who fills a historical narrative with images? It is important that artists like Aydeé have space to undertake the central operation of history from two standpoints that are regarded as legitimate on the streets, but questioned by the academy. The first of these is the power of the imagination with respect to the public history of blackness, or the place of the visual arts—in other words, a standpoint that prioritizes imagination over the written word.
I’m taken aback when Aydeé tells me what happened when she met “the black leaders on the Costa Chica:” they made fun of the paintings she had on display in her restaurant, and they asked her who had made those images of Black people on the coast. Aydeé told them that it was a woman who went around selling her art in exchange for food. She denied being the artist because, in her experience with the other gatekeepers of local culture, people had commented about her “silly habit of painting nothing but ugly, big-lipped, bow-legged Black people.”
Then came the time in Mexico when Afro-Mexican blackness was recognized as an important political identity—so important that in 2019 these people, towns, and communities were finally incorporated into the Constitution of Mexico as part of the multi-cultural nation. What could be done to ensure that this recognition would also encompass Aydeé’s work and the community’s own ways of seeing and debating Afro-Mexican blackness?
It is vitally important for these other histories of Afro-Mexican blackness that spaces like Proyectos Monclova—with their connections to contemporary art and to sectors that are not strictly academic, political, nor part of civil society but rather part of the international art world—be able to show that the diversity of images, aesthetic diversity, and therefore, our notions of beauty have also been shaped by the pattern of coloniality that has been described in the social-anthropological work of Aníbal Quijano.
Aydeé mixes local elements, like redondos, thatched-roof houses that have all but disappeared, and which the anthropologist Gonzalo Aguirre Beltrán identifies as a point of connection between Africa and parts of Guerrero and Oaxaca in his canonical text Cuijla, esbozo etnográfico de un pueblo negro [Cuijla: An Ethnographic Sketch of a Black Community]. To continue along the path of the imagination: for Aydeé, anthropological knowledge about the redondo gives a direction to the public history of blackness in Mexico; at the same time—as she indicated to me during our phone call—it is a childhood memory of her own, of her home, of the feelings that associate us with what is familiar, what is known.
The painter puts three Black women at the center of some of her other pieces, two of whom look directly at us, their hands laden with local products; I imagine that one of their baskets might contain turtle eggs. The woman whose back is turned to us reveals her black, curly hair and curvaceous silhouette: Black, Afro-Mexican women from the coast, in the foreground, on land; in the sea, also in the foreground, there are small boats with men fishing from them. Life on the coast, Black life on the Costa Chica as Aydeé describes it to me, responds to the images that come up in everyday life.
Aydeé’s journey has not been easy. Like many women from the coastal area, she moved to Mexico City, where she lived for twelve years before returning to Cuaji. There, in her place in the world, her new life showed up all at once: painting, the art she inherited from the women in her family, imposed itself on her hands, on her mind. She started researching and painting the Black people, towns, and communities from which she originates. Thus, with endless patience—a gendered patience, I would say—the artist defended her art. Hardly understood at first, it is the same art that has brought us together in this text, in this exhibition space.
Our perceptions of Afro-Mexican blackness are closely tied to colonial imaginaries. We usually think in terms of representations that come from the global North when we consider questions about race or about what the discipline of anthropology has called ethnic identities. It is important to affirm Aydeé’s story in order to see the ways in which social inequalities prevent women like her from developing their talents without having to bear the burden of structural racism, which crushes the dreams of children and women—cis and trans alike—in the Mexican geographies of terror.
At the same time, it is also important to tell the stories of people like Aydeé. It is important to hear about the forms of resistance she has encountered, but also the circumstances under which she has built the wings of her imagination. She started painting at the age of 38 because of a promise she had made to her grandmother, because of the importance that the women in her family had as community artists.
Aydeé tells me something that will inspire this document: she makes “history from voices.” She goes to different towns that are recognized as Black and Afro-Mexican, and invites the people there to tell her about how they imagine blackness: the past, present, and future then find themselves on canvases that the artist activates as the visual history of their voices. By the same stroke with which she constructs and imagines these towns’ memories, she cracks open mestizo discourses about the origins of the grand fantasy of Mexicanness as a homogeneous entity.
Afro-Mexican blackness: From the margin the multi-cultural center
“Back then, nobody would tell you about that history. We grew up without realizing who we were, because that’s how our parents were.”
Aydeé Rodríguez
If Afro-Mexican blackness as a political identity is under construction, destabilizing the categories of race, ethnicity, identity, and racialization as fixed political-academic units, one hopes that the visual art of Black people, towns, and communities will destabilize the Eurocentric gaze that has shaped what we understand as beautiful, as canonical, as contemporary art. It is only with Black Afro-Mexican artists that our representations will cease to fuel fantasies about difference as a commodity and we will be able to conceive plurality as that which sustains and reproduces human and non-human life.
The works in this exhibition are an invitation to see from certain perspectives, and (un)learn others, what we recognize as beautiful and canonical—and not just in the artistic realm. That is what makes this show important: the beauty reflected by Allan’s camera in relation to the bodily markings of coastal life; the beauty of the horsehair used as the beard of the main devil in David’s masks, and the importance of seeing the beautiful in the everyday, in the imagination, and in the struggle for history in Aydeé’s paintings.
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Imágenes de la historia, una historia afromexicana de la imaginación
Por Itza Amanda Varela Huerta
En el camino de Puerto Escondido a Cuajinicuilapa, montada en una pasajera, pienso en cuáles son las posibilidades de encontrar un espacio para imaginar políticamente qué es, cómo se compone en el México contemporáneo la afrodescendencia, lo negro, lo afromexicano. ¿Cuál es su materialidad?, ¿cuáles son las oportunidades para que la marca de lo racial opere tan lejos de los centros de poder? Pero, sobre todo, pienso en cómo se imagina, se piensa y se actúa la historia de este pueblo que continúa escribiendo las páginas fuera de los recintos académicos. Me interesa en todo caso pensar en sintonía con las formas otras de llenar de significado lo negro-afromexicano.
¿Quiénes pueden y cómo se puede explicar lo negro-afromexicano fuera del ámbito de la palabra escrita? Considero que los tres espacios que veremos en esta exposición no buscan responder qué es lo negro-afromexicano sino abrevar a las diferentes formas de representación de este último grupo de identidades políticas diferenciadas.
La Danza de los diablos puede ser leída, entendida y usada desde diferentes puntos de vista: como un baile folclórico, como un juego comunitario, como una estrategia política, una tradición esencializada de las huellas de africanía, entre muchas otras. Ninguna de ellas es correcta o incorrecta, sino que me interesa pensar en las formas en las cuáles esa danza es un signo que encadena una de las muchas nociones de lo negro-afromexicano en la actualidad. Me refiero acá, específicamente, a las máscaras que se utilizan para completar el vestuario de esta danza a la cual, las personas negras-afromexicanas reclaman como única y verdaderamente afromexicano.
David Montaño Roque muestra la unidad en la diversidad o si queremos, aquella marca estética propia de lo negro-afromexicano al mostrar las diferentes miradas en las máscaras de diablos. Cada pueblo, cada persona participante de la Danza de los diablos imprime en su máscara aquellos elementos que permitan comunicar una sensación: miedo, alegría, fantasía, risas, suspenso pero las máscaras expuestas acá remiten siempre a lo negro-afromexicano en la Costa Chica, sin duda alguna.
Por otro lado, está otra forma de intento de captura (capturar en estricto sentido académico) lo negro-afromexicano a través de la lente de Allan Fis: ¿qué mira un ojo externo? Con externo me refiero a los ojos que pueden ver desde lugares diferenciados de la constitución del orden racial, político y cultural mexicano. Un ojo externo a la identidad negra-afromexicana, a la vida cotidiana que, como el mío, observa asombrado el lugar de la belleza que reside en las máscaras de Diablos, en la importancia de poner en el centro del discurso fotográfico la vida y la dignidad de las personas costeñas.
Una mujer que desafió su historia: Aydeé Rodríguez, pintora
Es un viernes por la noche en la Ciudad de México, un viernes de una suave primavera. Tomo el teléfono, me acomodo en mi estudio, enciendo la computadora y espero que la pintora Aydeé Rodríguez (Comaltepec, Cuajinicuilapa, Guerrero, 1954), artista afromexicana, responda mi llamada. Cuaji es su centro de operaciones. Escucho una voz dulce al otro lado del teléfono, he visto sus pinturas porque desde Proyectos Monclova me enviaron algunas imágenes. La charla empieza con algunas preguntas sobre la salud de Aydeé, ella me señala que esta es frágil, que la diabetes le arrebata tiempo de concentración y en su cabeza están explotando las imágenes de los pueblos costeños que ha ido conociendo, al mismo tiempo que la dolencia física se impone como marca del tiempo.
Como siempre que he hablado con algún artista negro-afromexicano el Centro Cultural El Cimarrón, organizado por el padre Glynn Jemmot en la Costa Chica sale en la plática. Aydeé me cuenta cómo lo conoció en su antiguo restaurante de Cuaji, acompañado por Sergio Peñaloza. Jemmot y Peñaloza son dos varones activistas que impulsaron los debates comunitarios sobre la diferencia identitaria negra a finales de los noventa en la Costa. Aunque desde puntos de vista diferentes, Peñaloza desde su experiencia cuijleña y Jemmot desde su experiencia caribeña, ambos contribuyeron a darle sentido a un discurso negro-afromexicano.
¿Quién llena de imágenes el relato histórico? Es importante que artistas como Aydeé tengan el espacio para hacer la operación central de la historia desde dos lugares legítimos en la calle pero cuestionados por la academia: el primero de ellos, desde la potencia de la imaginación en relación con la historia pública sobre lo negro y el lugar de la plástica, es decir, el lugar que no prioriza la palabra escrita sino la imaginación.
Captura mi atención que Aydeé me cuente qué pasó cuando conoció a “los líderes negros de la costa”, esas personas le chulearon las pinturas que tenía expuestas en su restaurante y le preguntaron quién era la persona que había realizado esas imágenes sobre personas negras en la costa. Aydeé respondió que había sido una mujer que pasaba vendiendo su arte a cambio de comida, negó ser ella la artista porque en su experiencia con otras personas encargadas de la cultura local, se le habían hecho comentarios sobre sus “locuras de pintar a puros negros trompudos, feos y chuecos”.
Llega entonces el tiempo en que en México se reconoce lo negro-afromexicano como una identidad política importante, tan importante, que en 2019 se reconoce a estas personas, pueblos y comunidades como parte de la nación pluricultural en la Constitución mexicana. ¿Cómo hacer para que ese reconocimiento incluya también el trabajo de Aydeé y las miradas y argumentos comunitarios sobre lo negro-afromexicano?
Es central para estas historias otras de lo negro-afromexicano que espacios como Proyectos Monclova, como un espacio vinculado con el arte contemporáneo, con sectores que no son académicos ni políticos, tampoco de la sociedad civil sino del arte puedan mostrar que la diversidad de las imágenes, la diversidad estética y por ende, nuestras nociones de belleza también siguen el patrón de la colonialidad del ser que ya Aníbal Quijano ha descrito en su obra socioantropológica.
Aydeé mezcla elementos locales, como los casi desaparecidos redondos, una estructura habitacional que el antropólogo Gonzalo Aguirre Beltrán en su canónico texto Cuijla, esbozo etnográfico de un pueblo negro, señala como un elemento de conexión entre África y algunas regiones de Guerrero y Oaxaca. Sigo por el camino de la imaginación: para Aydeé ese conocimiento sobre el redondo da un sentido sobre la historia pública de lo negro en México; al mismo tiempo, es –como me señaló en la llamada telefónica– un recuerdo de su infancia, de su casa, de los sentimientos que nos asocian con lo familiar, lo conocido.
En otras obras la pintora pone en el centro a tres mujeres negras: dos nos miran de frente con sus manos llenas de elementos locales, me aventuro a pensar que una de esas canastas contiene huevos de tortuga; la mujer que nos da la espalda, nos muestra un cabello negro y rizado, una silueta con curvas: mujeres negras-afromexicanas de la costa, que están en primer plano, en la tierra; en el mar, en primer plano también, se encuentran pequeñas embarcaciones con hombres pescando. La vida en la costa, la vida negra en la Costa Chica como me la relata Aydeé responde a las imágenes que se dan en el día a día.
Para Aydeé el camino no fue fácil. Como muchas mujeres costeñas, migró a la Ciudad de México, vivió allí doce años y volvió a Cuaji tiempo después. En ese lugar, su lugar en el mundo, su nueva vida llegó de golpe: la pintura, el arte que es herencia de las mujeres de su familia, se impuso en sus manos, en su mente. Inició investigando y pintando sobre las personas, pueblos y comunidades negras de donde ella es. Así y con una paciencia infinita -una paciencia generizada, diría yo- la artista defendió su arte, que fue poco comprendido al principio y es el mismo que hoy nos convoca en estas líneas, en este recinto.
Tenemos percepciones sobre lo negro-afromexicano muy vinculadas a imaginarios coloniales, en la mayoría de los casos pensamos en las representaciones del norte global cuando pensamos en cuestiones racializadas o percepciones antropológicas sobre aquello que la disciplina ha llamado identidades étnicas. Es central apuntalar la historia de Aydeé para ver cuáles son aquellas formas en las cuales las desigualdades sociales impiden que mujeres como la pintora acá mencionada desarrollen sus habilidades sin el peso del racismo estructural, ese que aplasta los sueños de las infancias, las mujeres y las personas feminizadas en las geografías mexicanas del terror.
Y, al mismo tiempo, es importante contar las historias de las personas como Aydeé. Es importante escuchar cuáles han sido los frenos, pero también cuáles fueron las circunstancias con las cuales construyeron las alas de su imaginación. Rodríguez empezó a pintar con 38 años cumplidos, por la promesa a su abuela, por la importancia que tuvieron las mujeres de su familia como artistas comunitarias.
Aydeé me cuenta algo que inspiró este documento: ella hace “historia de voces”: va a diferentes pueblos reconocidos como negros-afromexicanos y escucha a las personas sobre lo que éstas imaginan que es lo negro: el pasado, el presente y el futuro se encuentran entonces en los lienzos que la artista habilita como la historia plástica de las voces. Al tiempo que construye e imagina la memoria de los pueblos, agrieta los discursos mestizos sobre los orígenes de la gran fantasía de la mexicanidad como un ente homogéneo.
Lo negro- afromexicano: del margen al centro multicultural
“Nadie te hablaba en ese tiempo de esa historia, crecimos sin darnos cuenta de quiénes éramos, porque nuestros padres eran así”
Aydeé Rodríguez
Si lo negro-afromexicano es una identidad política en construcción, que desestabiliza las categorías raza/etnicidad/identidad/racialización como elementos político-académicos fijados, la obra plástica de las personas, pueblos y comunidades negras desestabilizará, con suerte, la mirada eurocéntrica sobre lo que entendemos como bello, como canónico, como arte contemporáneo. Solo con las y los artistas negros-afromexicanos es que la representación podrá dejar de alimentar las fantasías sobre la diferencia como una mercancía y podremos pensar en la pluralidad como lo que sostiene y reproduce la vida humana y no humana.
Las obras que se muestran en este espacio son una invitación a mirar y a (des)aprender ciertas perspectivas de aquello que reconocemos como bello y canónico. No sólo en el ámbito artístico, es allí donde radica la importancia de esta muestra: la belleza que refleja la cámara fotográfica de Allan en relación con los marcajes corporales de lo costeño; la belleza de la crin de caballo como las barbas del diablo mayor en las máscaras de David y la importancia de mirar lo bello en lo cotidiano, en la imaginación y en la disputa por la historia en las grafías de Aydeé.
Oil on canvas, mounted on hand-carved dyed Poplar wood frame
67.51 x 87.01 x 1.57 in
Óleo sobre lienzo, montado sobre bastidor de madera de encino teñido y tallado a mano
171.5 x 221 x 4 cm
Oil on canvas, mounted on hand-carved dyed Poplar wood frame
46.06 x 61.81 x 1.77 in
Óleo sobre lienzo, montado sobre bastidor de madera de encino teñido y tallado a mano
117 x 157 x 4.5 cm
Oil on canvas, mounted on hand-carved dyed Poplar wood frame
67.32 x 87.4 x 1.97 in
Óleo sobre lienzo, montado sobre bastidor de madera de encino teñido y tallado a mano
171 x 222 x 5 cm
Oil on canvas, mounted on hand-carved dyed Poplar wood frame
46.04 x 53.35 x 1.57 in
Óleo sobre lienzo, montado sobre bastidor de madera de encino teñido y tallado a mano
117 x 135.5 x 4 cm
Oil on canvas, mounted on hand-carved dyed Poplar wood frame
46.06 x 46.06 x 1.97 in
Óleo sobre lienzo, montado sobre bastidor de madera de encino teñido tallado a mano
117 x 117 x 5 cm
Oil on canvas, mounted on hand-carved dyed Poplar wood frame
66.54 x 85.83 x 1.77 in
Óleo sobre lienzo, montado sobre bastidor de madera de encino teñido y tallado a mano
169 x 218 x 4.5 cm
Oil on canvas, mounted on hand-carved dyed Poplar wood frame
43.30 x 60.43 x 1.57 in
Óleo sobre lienzo, montado sobre bastidor de madera de encino teñido y tallado a mano
110 x 153.5 x 4 cm
Oil on canvas, mounted on hand-carved dyed Poplar wood frame
45.28 x 52.17 x 1.57 in
Óleo sobre lienzo, montado sobre bastidor de madera de encino teñido tallado a mano
115 x 132.5 x 4 cm
Oil on canvas, mounted on hand-carved dyed Poplar wood frame
46.06 x 46.06 x 1.77 in
Óleo sobre lienzo, montado sobre bastidor de madera de encino teñido tallado a mano
117 x 117 x 4.5 cm
Grabado en madera sobre lienzo
102.36 x 102.36 x 1.97 in
Wood engraving on canvas
260 x 260 x 5 cm
Wood engraving
31.1 x 30.71 x 1.42 in
Grabado en madera
79 x 78 x 3.6 cm
Wood engraving
31.1 x 30.71 x 1.42 in
Grabado en madera
79 x 78 x 3.6 cm
Wood engraving
31.1 x 30.71 x 1.42 in
Grabado en madera
79 x 78 x 3.6 cm
Wood engraving
31.1 x 30.71 x 1.42 in
Grabado en madera
79 x 78 x 3.6 cm
Wood engraving
31.1 x 30.71 x 1.42 in
Grabado en madera
79 x 78 x 3.6 cm
Wood engraving
31.1 x 30.71 x 1.42 in
Grabado en madera
79 x 78 x 3.6 cm
Wood engraving
26.97 x 26.97 x 1.42 in
Grabado en madera
68.5 x 68.5 x 3.6 cm
Silver gelatin print on Ilford fiber photographic paper
20.28 x 17.32 x 1.77 in
Plata sobre gelatina impresa sobre papel fotográfico de fibra Ilford
51.5 x 44 x 4.5 cm
Silver gelatin print on Ilford fiber photographic paper
20.28 x 17.32 x 1.77 in
Plata sobre gelatina impresa sobre papel fotográfico de fibra Ilford
51.5 x 44 x 4.5 cm
Silver gelatin print on Ilford fiber photographic paper
20.28 x 17.32 x 1.77 in
Plata sobre gelatina impresa sobre papel fotográfico de fibra Ilford
51.5 x 44 x 4.5 cm
Silver gelatin print on Ilford fiber photographic paper
20.28 x 17.32 x 1.77 in
Plata sobre gelatina impresa sobre papel fotográfico de fibra Ilford
51.5 x 44 x 4.5 cm
Silver gelatin print on Ilford fiber photographic paper
20.28 x 17.32 x 1.77 in
Plata sobre gelatina impresa sobre papel fotográfico de fibra Ilford
51.5 x 44 x 4.5 cm
Silver gelatin print on Ilford fiber photographic paper
20.28 x 17.32 x 1.77 in
Plata sobre gelatina impresa sobre papel fotográfico de fibra Ilford
51.5 x 44 x 4.5 cm
Silver gelatin print on Ilford fiber photographic paper
20.28 x 17.32 x 1.77 in
Plata sobre gelatina impresa sobre papel fotográfico de fibra Ilford
51.5 x 44 x 4.5 cm
Silver gelatin print on Ilford fiber photographic paper
20.28 x 17.32 x 1.77 in
Plata sobre gelatina impresa sobre papel fotográfico de fibra Ilford
51.5 x 44 x 4.5 cm
Silver gelatin print on Ilford fiber photographic paper
20.28 x 17.32 x 1.77 in
Plata sobre gelatina impresa sobre papel fotográfico de fibra Ilford
51.5 x 44 x 4.5 cm
Silver gelatin print on Ilford fiber photographic paper
20.28 x 17.32 x 1.77 in
Plata sobre gelatina impresa sobre papel fotográfico de fibra Ilford
51.5 x 44 x 4.5 cm
Silver gelatin print on Ilford fiber photographic paper
20.28 x 17.32 x 1.77 in
Plata sobre gelatina impresa sobre papel fotográfico de fibra Ilford
51.5 x 44 x 4.5 cm
Silver gelatin print on Ilford fiber photographic paper
20.28 x 17.32 x 1.77 in
Plata sobre gelatina impresa sobre papel fotográfico de fibra Ilford
51.5 x 44 x 4.5 cm
Silver gelatin print on Ilford fiber photographic paper
20.28 x 17.32 x 1.77 in
Plata sobre gelatina impresa sobre papel fotográfico de fibra Ilford
51.5 x 44 x 4.5 cm
Silver gelatin print on Ilford fiber photographic paper
20.28 x 17.32 x 1.77 in
Plata sobre gelatina impresa sobre papel fotográfico de fibra Ilford
51.5 x 44 x 4.5 cm
Silver gelatin print on Ilford fiber photographic paper
20.28 x 17.32 x 1.77 in
Plata sobre gelatina impresa sobre papel fotográfico de fibra Ilford
51.5 x 44 x 4.5 cm
Silver gelatin print on Ilford fiber photographic paper
20.28 x 17.32 x 1.77 in
Plata sobre gelatina impresa sobre papel fotográfico de fibra Ilford
51.5 x 44 x 4.5 cm
Silver gelatin print on Ilford fiber photographic paper
20.28 x 17.32 x 1.77 in
Plata sobre gelatina impresa sobre papel fotográfico de fibra Ilford
51.5 x 44 x 4.5 cm
Silver gelatin print on Ilford fiber photographic paper
20.28 x 17.32 x 1.77 in
Plata sobre gelatina impresa sobre papel fotográfico de fibra Ilford
51.5 x 44 x 4.5 cm
Silver gelatin print on Ilford fiber photographic paper
20.28 x 17.32 x 1.77 in
Plata sobre gelatina impresa sobre papel fotográfico de fibra Ilford
51.5 x 44 x 4.5 cm
Silver gelatin print on Ilford fiber photographic paper
20.28 x 17.32 x 1.77 in
Plata sobre gelatina impresa sobre papel fotográfico de fibra Ilford
51.5 x 44 x 4.5 cm
Plata sobre gelatina impresa sobre papel fotográfico de fibra Ilford
20.28 x 17.32 x 1.77 in
Silver gelatin print on Ilford fiber photographic paper
51.5 x 44 x 4.5 cm
Cardboard, leather, horsehair, deer antlers on aluminum base
48.43 x 17.13 x 14.57 in
Cartón, cuero, crin de caballo, asta de ciervo sobre base de aluminio
123 x 43.5 x 37 cm
Cardboard, leather, horsehair, deer antlers on aluminum base
51.57 x 18.11 x 12.6 in
Cartón, cuero, crin de caballo, asta de ciervo sobre base de aluminio
131 x 46 x 32 cm
Cardboard, leather, horsehair, bighorn sheep horns on aluminum
44.88 x 10.83 x 9.84 in
Cartón, cuero, crin, cuernos de borrego cimarrón sobre aluminio
114 x 27.5 x 25 cm
Cardboard, leather, horsehair, deer antlers on aluminum base
43.7 x 12.2 x 7.68 in
Cartón, cuero, crin de caballo, asta de ciervo sobre base de aluminio
111 x 31 x 19.5 cm
Cardboard, leather, horsehair, deer antlers on aluminum base
47.64 x 14.57 x 12.6 in
Cartón, cuero, crin de caballo, asta de ciervo sobre base de aluminio
121 x 37 x 32 cm
Cardboard, leather, horsehair, deer antlers on aluminum base
37.4 x 14.96 x 12.99 in
Cartón, cuero, crin de caballo, asta de ciervo sobre base de aluminio
95 x 38 x 33 cm
Cardboard, leather, horsehair, deer antlers on aluminum base
36.61 x 15.94 x 14.17 in
Cartón, cuero, crin de caballo, asta de ciervo sobre base de aluminio
93 x 40.5 x 36 cm
Cardboard, leather, horsehair, deer antlers on aluminum base
42.52 x 11.81 x 10.63 in
Cartón, cuero, crin de caballo, asta de ciervo sobre base de aluminio
108 x 30 x 27 cm
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