Tejer la posibilidad: Eduardo Terrazas
Por Hans Ulrich Obrist
Mi primer contacto al asombroso mundo de Eduardo Terrazas fue en 2002, como curador -junto con Pedro Reyes- de la exposición El aire es azul en Casa Barragán, en donde vi su obra, como parte de la Colección Barragán. Mi segundo encuentro se me presentó mientras entrevistaba a Pedro Ramírez Vázquez, el arquitecto responsable por el Museo de Antropología y presidente del Comité Organizador de los XIX Juegos Olímpicos de México, en 1968. En aquella conversación, el arquitecto me contó del equipo multidisciplinario que había impulsado el programa del diseño de la Identidad Olímpica México’68, y como resultado me encaminó hacia una entrevista con Eduardo Terrazas para mi libro, Conversaciones en México.
Desde nuestro primer encuentro, me quedó claro que la obra de Terrazas se trata de una exploración sobre la unión, un desafío a la inquietud que acompaña el acto de reunir conocimiento—acto muy urgente e importante en nuestra época. Anclado en los valores liberales de su familia, con conexiones cosmopolitas desde antes de la Segunda Guerra Mundial, Terrazas inauguró su trayectoria como arquitecto en la Universidad Nacional Autónoma de México. Su iniciación en la práctica de integrar diversos componentes empezó con la creación de una casa de estilo japonés para Barbara Hutton. La experiencia de fusionar lo local y lo internacional se convirtió en integral de su ADN, y sentó las bases de su práctica artística.
Para continuar su trayectoria artística, Terrazas cursó una Maestría de Arquitectura en la Universidad de Cornell. Un momento crucial sucedió al llegar a Ithaca y se encontró con las obras de los artistas del Pop-Art: Andy Warhol, Jasper Johns, y sobre todo The Bed de Rauschenberg; un cambio de paradigma que le dotó de una perspectiva original sobre su visión artística naciente.
Al concluir sus estudios, Terrazas continuó su travesía en Roma durante la década vibrante y dinámica de los sesenta, viaje que resultó en un encuentro con el eminente curador mexicano, Fernando Gamboa. Éste le invitó a trabajar en Leningrado en el Museo del Hermitage, para la exposición Obras maestras del arte mexicano, la cual abarcó arte pre-hispánico, colonial, y moderno, y un espacio lleno de artesanías mexicanas. Fue para Terrazas una verdadera epifanía. El viaje a la Unión Soviética le permitió profundizar su forma de entender México, y rindió una exploración fascinante que navegó entre lo local, lo internacional, y lo cosmopolita. Esta exposición asombrosa también se presentó en el Museo Nacional de Varsovia y en el Petit Palais de París. Durante su estancia en Francia, Terrazas trabajaba para Candilis, Josic, y Woods, fundadores e integrantes del Team X. Otro integrante importante del Team X fue mi amigo difunto, Peter Smithson. Según me contó Smithson, todos los integrantes compartían una preocupación por resistir la arquitectura modernizada y por destacar las necesidades locales y la manera cotidiana de aplicar conceptos de la arquitectura moderna.
El siguiente giro en la trayectoria de Terrazas se debió a Pedro Ramírez Vázquez, quien lo invitó a construir su proyecto arquitectónico para el Pabellón Mexicano en la Feria Mundial de Nueva York en 1964-65. Durante su estancia neoyorquina, era profesor de arquitectura en la Universidad de Columbia y colaboraba con el diseñador George Nelson. Un telegrama repentino de Ramírez Vázquez lo convocó a México para trabajar en el Proyecto de Diseño Olímpico. Este capítulo marcó la génesis de sus trabajos a escala monumental—a la escala de una ciudad, y de un país. Diseñaba logotipos, proyectos públicos, y señalización que aparecía por toda la ciudad, en una visión mayakovskiana en donde las ciudades se volvían paletas, y las calles servían de pinceles.
Mientras se desarrollaba a lo largo de los años, Terrazas iba afinando su técnica mediante la creación de la serie “Posibilidades de una estructura”, constituida por sub-series tales como “Cosmos”, “Diagonales”, “Retícula”, y “Tablas”. Todas las obras de la exposición están realizadas con hebra de lana sobre una tabla de madera cubierta con Cera de Campeche—una oda a la unidad, a veces olvidada, de la artesanía con la expresión artística. En algún momento Terrazas me dijo que hay que pensar con las manos. Si bien todos dependemos de las manos para navegar en la Web, el proceso minucioso y delicado de adherir la hebra en sus obras requiere una especial concentración. Este minucioso acto se vuelve una forma de meditación, subrayando así la importancia de las técnicas artesanales en tranquilizarnos y en animarnos a pensar con las manos mediante la exploración táctil.
El origen de los cuadros de hebra de lana se puede rastrear a la comunidad wixárika, cuyos maestros fungían como una especie de profesores, en esta técnica ancestral. Terrazas traza una geometría encima de la cera de Campeche, desdibujando la frontera entre la bidimensionalidad y la tridimensionalidad, iluminada por hebras que funcionan como pinceles tanto como líneas. La influencia de Da Vinci resuena por toda la obra de Terrazas, con posibilidades infinitas que emanan de un punto singular.
Otro elemento llamativo de la exposición de Eduardo Terrazas es la presencia de globos. Su fascinación duradera por los globos data de su niñez, época en que sus padres le regalaban un globo todos los domingos. Es notable que México era sede de una de las más importantes fábricas de globos en el mundo. Por lo tanto, su exposición da lugar a una ceremonia de globos, que nos contagiará de nostalgia con este objeto cotidiano.
En la exposición de Eduardo Terrazas, cada pieza resuena como una sinfonía armónica, entretejiendo una variedad de influencias que reflejan la unidad de artesanía, cultura, y contemplación. A medida que los visitantes navegan por este tapiz visual, las hebras de la creatividad de Terrazas se entrelazan a la perfección mutuamente, dejando una impresión imborrable que se extiende más allá de los muros de la galería.
To Weave the Possibility: Eduardo Terrazas
By Hans Ulrich Obrist
My journey into the amazing world of Eduardo Terrazas began in 2002, when I co-curated The Air is Blue exhibition with Pedro Reyes at Casa Barragan, where I saw his work in Barragan Collection. Subsequently, another serendipitous path emerged during an interview with Pedro Ramirez Vazquez, the architect behind the Museum of Anthropology and the president of the Organizing Committee for the Games of the XIX Olympiad in Mexico in 1968. This conversation unveiled the multidisciplinary team behind the environmental Olympic Identity Design Program, laying the groundwork for my rendezvous with Eduardo Terrazas for my book Conversations in Mexico.
From our first encounter, it became apparent that Terrazas' work is an exploration of togetherness, a defiance of the fear associated with pooling knowledge together—something so urgent and important for our times. Rooted in the liberal ethos of his family, with cosmopolitan connections before World War II, Terrazas' journey began as an architect at the National Autonomous University of Mexico. His initiation into the world of merging diverse elements took its first steps with the creation of a Japanese-style house for Barbara Hutton. This experience highlighted that the blend of the local and the international was inherently part of his DNA, laying the groundwork for his seminal art practice.
Furthering his artistic journey, Terrazas pursued a Master's Degree in Architecture at Cornell University. The pivotal moment was as soon as he arrived in Ithaca, where he encountered the works of Pop Artists like Andy Warhol, Jasper Johns and “The Bed” by Rauschenberg, shifting his paradigm, offering a fresh perspective on his nascent artistic vision.
When he finished his studies, he continued his pilgrimage to Rome during the vibrant and dynamic 60s, which led him to an encounter with the eminent Mexican curator Fernando Gamboa, who invited Terrazas to work in Leningrad at the Hermitage Museum for the exhibition Masterpieces of Mexican Art which consisted of pre-Hispanic, colonial and modern art and a space filled with Mexican crafts. And for him, this was truly a revelation. This journey allowed him to gain a deeper understanding of Mexico, a fascinating exploration that navigated the realms of the local, the international, and the cosmopolitan. This amazing exhibition travelled to Warsaw at the Narodowe Museum and to the Petit Palais in Paris, where he stayed and worked for Candilis, Josick and Woods, founding members of the Team 10. Another important figure in Team 10, was also my friend, the late Peter Smithson. As Smithson told me, they all had this concern to resist a modernized architecture and try to emphasize local needs and the everyday way of applying concepts of modern architecture in a local way.
The next turn in Terrazas' journey was orchestrated by Pedro Ramirez Vasquez, inviting him to build his architectural project for the Mexican Pavilion at the New York World Fair in 1964-1965. During his stay in New York, he became a professor of architecture in Columbia University and worked with the designer George Nelson. A sudden telegram by Ramirez Vasquez summoned him back to Mexico to work on the Environmental Olympic Design Project. This marked the genesis of working on a monumental scale—on a scale of a city, and of a country. Designing logos, public projects, and citywide signage—a Mayakovsky-esque vision where cities became palettes, and streets became brushes.
Evolving over the years, Terrazas refined his technique, creating the Possibilities of a Structure series, with sub-series such as Cosmos, Diagonals, Grid, and Tablas. Wool yarn on a wooden board unifies all works in the exhibition—an ode to the sometimes-forgotten unity of craft and artistic expression. Terrazas once told me that people need to think with their hands. While everyone relies on their hands to navigate the internet, the meticulous process of delicately positioning threads in his yarn paintings demands a focused and absorbed approach. This intricate act becomes a form of meditation, highlighting the significance of craftsmanship in soothing our minds and encouraging thoughtful engagement through tactile exploration.
The origin of wool yarn paintings can be traced back to the Huichol community, who, one could say, were his teachers in this ancestral technique. Over the Campeche bee wax, he traces the geometry, blurring the lines between two and three dimensionality, illuminated by threads that act as both lines and brushes. Da Vinci's influence echoes throughout Terrazas' work, with infinite possibilities emanating from a singular point.
Another captivating element of Eduardo Terrazas' exhibition is the inclusion of balloons. His enduring fascination with balloons dates back to his childhood, where his parents would buy him one every Sunday. Notably, Mexico had one of the largest factories of balloons globally. Thus, the exhibition will feature a balloon ceremony, infusing nostalgia into this commonplace object.
In Eduardo Terrazas' exhibition, every piece resonates as a harmonious symphony, weaving together a multitude of influences that speak to the unity of craft, culture, and contemplation. As viewers navigate this visual tapestry, the threads of Terrazas' creativity seamlessly intertwine with their own, leaving an indelible imprint that extends beyond the gallery walls.
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Tejer la posibilidad: Eduardo Terrazas
Por Hans Ulrich Obrist
Mi primer contacto al asombroso mundo de Eduardo Terrazas fue en 2002, como curador -junto con Pedro Reyes- de la exposición El aire es azul en Casa Barragán, en donde vi su obra, como parte de la Colección Barragán. Mi segundo encuentro se me presentó mientras entrevistaba a Pedro Ramírez Vázquez, el arquitecto responsable por el Museo de Antropología y presidente del Comité Organizador de los XIX Juegos Olímpicos de México, en 1968. En aquella conversación, el arquitecto me contó del equipo multidisciplinario que había impulsado el programa del diseño de la Identidad Olímpica México’68, y como resultado me encaminó hacia una entrevista con Eduardo Terrazas para mi libro, Conversaciones en México.
Desde nuestro primer encuentro, me quedó claro que la obra de Terrazas se trata de una exploración sobre la unión, un desafío a la inquietud que acompaña el acto de reunir conocimiento—acto muy urgente e importante en nuestra época. Anclado en los valores liberales de su familia, con conexiones cosmopolitas desde antes de la Segunda Guerra Mundial, Terrazas inauguró su trayectoria como arquitecto en la Universidad Nacional Autónoma de México. Su iniciación en la práctica de integrar diversos componentes empezó con la creación de una casa de estilo japonés para Barbara Hutton. La experiencia de fusionar lo local y lo internacional se convirtió en integral de su ADN, y sentó las bases de su práctica artística.
Para continuar su trayectoria artística, Terrazas cursó una Maestría de Arquitectura en la Universidad de Cornell. Un momento crucial sucedió al llegar a Ithaca y se encontró con las obras de los artistas del Pop-Art: Andy Warhol, Jasper Johns, y sobre todo The Bed de Rauschenberg; un cambio de paradigma que le dotó de una perspectiva original sobre su visión artística naciente.
Al concluir sus estudios, Terrazas continuó su travesía en Roma durante la década vibrante y dinámica de los sesenta, viaje que resultó en un encuentro con el eminente curador mexicano, Fernando Gamboa. Éste le invitó a trabajar en Leningrado en el Museo del Hermitage, para la exposición Obras maestras del arte mexicano, la cual abarcó arte pre-hispánico, colonial, y moderno, y un espacio lleno de artesanías mexicanas. Fue para Terrazas una verdadera epifanía. El viaje a la Unión Soviética le permitió profundizar su forma de entender México, y rindió una exploración fascinante que navegó entre lo local, lo internacional, y lo cosmopolita. Esta exposición asombrosa también se presentó en el Museo Nacional de Varsovia y en el Petit Palais de París. Durante su estancia en Francia, Terrazas trabajaba para Candilis, Josic, y Woods, fundadores e integrantes del Team X. Otro integrante importante del Team X fue mi amigo difunto, Peter Smithson. Según me contó Smithson, todos los integrantes compartían una preocupación por resistir la arquitectura modernizada y por destacar las necesidades locales y la manera cotidiana de aplicar conceptos de la arquitectura moderna.
El siguiente giro en la trayectoria de Terrazas se debió a Pedro Ramírez Vázquez, quien lo invitó a construir su proyecto arquitectónico para el Pabellón Mexicano en la Feria Mundial de Nueva York en 1964-65. Durante su estancia neoyorquina, era profesor de arquitectura en la Universidad de Columbia y colaboraba con el diseñador George Nelson. Un telegrama repentino de Ramírez Vázquez lo convocó a México para trabajar en el Proyecto de Diseño Olímpico. Este capítulo marcó la génesis de sus trabajos a escala monumental—a la escala de una ciudad, y de un país. Diseñaba logotipos, proyectos públicos, y señalización que aparecía por toda la ciudad, en una visión mayakovskiana en donde las ciudades se volvían paletas, y las calles servían de pinceles.
Mientras se desarrollaba a lo largo de los años, Terrazas iba afinando su técnica mediante la creación de la serie “Posibilidades de una estructura”, constituida por sub-series tales como “Cosmos”, “Diagonales”, “Retícula”, y “Tablas”. Todas las obras de la exposición están realizadas con hebra de lana sobre una tabla de madera cubierta con Cera de Campeche—una oda a la unidad, a veces olvidada, de la artesanía con la expresión artística. En algún momento Terrazas me dijo que hay que pensar con las manos. Si bien todos dependemos de las manos para navegar en la Web, el proceso minucioso y delicado de adherir la hebra en sus obras requiere una especial concentración. Este minucioso acto se vuelve una forma de meditación, subrayando así la importancia de las técnicas artesanales en tranquilizarnos y en animarnos a pensar con las manos mediante la exploración táctil.
El origen de los cuadros de hebra de lana se puede rastrear a la comunidad wixárika, cuyos maestros fungían como una especie de profesores, en esta técnica ancestral. Terrazas traza una geometría encima de la cera de Campeche, desdibujando la frontera entre la bidimensionalidad y la tridimensionalidad, iluminada por hebras que funcionan como pinceles tanto como líneas. La influencia de Da Vinci resuena por toda la obra de Terrazas, con posibilidades infinitas que emanan de un punto singular.
Otro elemento llamativo de la exposición de Eduardo Terrazas es la presencia de globos. Su fascinación duradera por los globos data de su niñez, época en que sus padres le regalaban un globo todos los domingos. Es notable que México era sede de una de las más importantes fábricas de globos en el mundo. Por lo tanto, su exposición da lugar a una ceremonia de globos, que nos contagiará de nostalgia con este objeto cotidiano.
En la exposición de Eduardo Terrazas, cada pieza resuena como una sinfonía armónica, entretejiendo una variedad de influencias que reflejan la unidad de artesanía, cultura, y contemplación. A medida que los visitantes navegan por este tapiz visual, las hebras de la creatividad de Terrazas se entrelazan a la perfección mutuamente, dejando una impresión imborrable que se extiende más allá de los muros de la galería.
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