El afán de encontrarse a uno mismo
Por Eric Nava
Hilda Palafox está interesada en el cuerpo como el espacio en el que se experimenta el mundo a través de los sentidos y las distintas relaciones de éstos con el entorno. El cuerpo, como centro de la vida, es el punto de vista privilegiado a partir del cual se observa el exterior. Este punto de vista se localiza en el tiempo y el espacio, un cuerpo entre otros cuerpos ubicado entre la memoria y el deseo.
Sus personajes de rostro inmutable ocupan gran parte del lienzo, están compuestos por planos de color delimitados por líneas que se incorporan a la textura del óleo. La obra de Palafox se concentra en el cruce entre el dibujo y la pintura, donde las líneas ya no cumplen la función de mostrar a los personajes y los objetos por su contorno, sino que rompen los planos para crear volumen y cuerpos visibles. En cada línea se contrasta la neutralidad y quietud de los cuerpos con la expresión de la autora: es un rastro de su gestualidad, sus movimientos controlados, aparentemente contenidos y análogos a la tensión de cada pose, a la pausa del instante en que vemos a estas mujeres.
Las formas y la paleta de color remiten al imaginario de lo mexicano, pero se mantienen en lejos de los lugares comunes del nacionalismo. Podemos reconocer las influencias que dan lugar a las piezas de Palafox, sin que éstas limiten su exploración artística, que se vale de una iconografía personal que envuelve a sus personajes en una narrativa abierta. Los objetos y elementos arquitectónicos que aparecen en sus pinturas y dibujos aluden a la incertidumbre y las tensiones de la vida, a la curiosidad y la búsqueda constante de escenarios construidos a partir de planos de color que sugieren espacios cerrados de apariencia teatral o abiertos al horizonte.
Las imágenes en la obra de Palafox muestran la materialidad de los cuerpos pintados como receptores de procesos vitales. En el libro Desencuentros, editado por el colectivoElefante, se menciona una frase que remite al título de esta exposición: “el afán de uno quererse encontrar todo el tiempo”, en la cual se plantea el problema de la constante búsqueda personal a partir de la identidad, una idea que la autora comparte con el público.
La identidad puede reconocerse a partir de los colectivos a los que pertenecemos: la familia, la nacionalidad o los grupos sociales alrededor de nuestras actividades. Podemos presentarnos frente a otros porque somos una particularización de las identidades genéricas que hemos adoptado. De esas comunidades tomamos maneras de hacer y reaccionar, ideologías, costumbres y signos exteriores que nos hacen reconocibles. La colectividad nos refleja, pero al mismo tiempo nos limita: cualquier desviación del estándar nos quita el lugar dentro del grupo, nos hace personas no reconocidas y que tampoco pueden reconocerse a sí mismas.
Otra manera de configurar la identidad puede encontrarse en el ser imaginado, deseado, y siempre distinto al que aspiramos llegar para alcanzar una plenitud ajena. El “doble” se multiplica, toma el lugar de quien actúa ahí donde el sujeto no puede o no se atreve; encarna una voluntad que no asumimos como propia, y sin la cuál nos alejamos nuestros deseos. El “doble” se manifiesta como la satisfacción de esa falta, como la personalidad que se divide para crear la ilusión de ser otro que dialoga con el yo.
En cualquier caso, la identidad se devela como un trayecto, una búsqueda constante que, en apariencia pretende encontrar un asidero o un destino concreto, y que apenas alcanza a trazarse como una espiral sin fin, que nunca llega a tocar el centro. Esa búsqueda es comparable a un desplazamiento sobre la superficie en la que se encuentran los objetos y sujetos que pueden ser conocidos. En este recorrido tenemos alguna certeza de lo que sabemos, aunque ignoramos lo mucho que desconocemos. Moverse entre las cosas que habitan el mundo es un medio para tomar consciencia de esta limitación.
Vista así, la búsqueda de la identidad es un ejercicio de memoria, entendiéndola como un relato parcial y deformado de lo que hemos sido, pues tenemos cierta conciencia sobre lo que decidimos recordar y, por lo tanto, la memoria se vuelve un un relato en reconstrucción. “El afán de quererse encontrar” es la expresión del impulso que nos mantiene vivos. La identidad se despliega en el tiempo desde un presente cambiante, desde un cuerpo que se mueve entre los espacios compartidos con los otros para transformarlos. Dejar de buscar implicaría terminar la narrativa: asumir que somos ya todo lo que hemos podido ser, deshacer el nudo que mantiene la tensión entre lo que fuimos y lo que seremos, entre la memoria y el deseo.
The Effort to Find Oneself
By Eric Nava
Hilda Palafox is interested in the body as the space in which the world is experienced through the senses and their respective ways of relating to one’s surroundings. Central to life, the body is the privileged point of view from which we observe the outside world. This point of view is situated in space and time—a body among other bodies, located between memory and desire.
Her characters with their unchanging faces fill up much of the canvas, composed of planes of color and bounded by lines that are incorporated into the texture of the oil paint. Palafox’s work is concentrated at the intersection between drawing and painting, where lines no longer serve to define characters and objects by their contours, but rather break up planes in order to create volume and visible bodies. Each line contrasts the neutrality and quietude of the bodies with the artist’s expressivity: they are traces of the gestures she makes in space, of her controlled, apparently contained movements, analogous to the tension of each pose, to the pause at the instant when we see these women.
The forms and color palette refer to the imaginary of lo mexicano, but they distance themselves from the commonplaces of nationalism. We can recognize influences that informed Palafox’s pieces without limiting her artistic exploration, which draws on a personal iconography that envelopes her characters within an open narrative. The objects and architectural elements that appear in her paintings and drawings allude to the uncertainty and tensions of life, to curiosity and the constant search for stages made up of planes of color suggestive of enclosed spaces resembling theatres or spaces that open out onto the horizon.
The images in Palafox’s work show the materiality of painted bodies as receptors of vital processes. Desencuentros, a book published by the Elefante collective, features a phrase that inspired the title of this exhibition: “el afán de uno quererse encontrar todo el tiempo”—the effort to want to find oneself all the time,” which presents the problem of the never-ending personal quest from the starting point of identity, an idea that the artist shares with the public.
Identity can be recognized through the collectivities to which we belong: family, nationality, or the social groups around our activities. We can present ourselves to others because we are a particularization of the generic identities that we have adopted. From these communities we draw ways of doing and reacting, ideologies, customs, and external signs that make us recognizable. The collectivity reflects us, but at the same time limits us: any deviation from the norm strips us of our place in the group, makes us unrecognized and unrecognizable to ourselves.
Another way of configuring identity can be found in the imagined, desired, and always other being that we aspire to become in order to achieve a plenitude that is alien to us. The “double” is multiplied; it takes the place of the one who acts there where the subject cannot and dare not do so; it embodies a will that we do not avow as our own, and without which we are distanced from our desires. The “double”is manifested as the satisfaction of that lack, as the personality that is divided in order to create the illusion of being an other than dialogues with the ego, the one who says “I.”
In any case, identity is revealed as a trajectory, a constant search that would appear to be seeking a concrete foundation or destiny, and that barely manages to describe an endless spiral that never quite reaches the center. That search is comparable to a displacement across the surface on which knowable objects and subjects are found. On this journey we have some certainty of what we do know, but we are unaware of how much we do not know. Moving among the things that inhabit the world is a way of becoming aware of this limitation.
Seen in this way, the search for identity is an exercise of memory, understood as a partial and distorted story of what we have been, for we have a certain awareness of what we decide to remember and memory therefore becomes a tale were construct. El afán de quererse encontrar is an expression of the impulse that keeps us alive. Identity unfolds in time, starting out from a changing present, from a body that moves through spaces shared with others and thereby transforms them. Giving up this search would imply ending the narrative: it would be to accept that we are already everything we ever could have been, undoing the knot that maintains the tension between what we were and what we will be, between memory and desire.
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El afán de encontrarse a uno mismo
Por Eric Nava
Hilda Palafox está interesada en el cuerpo como el espacio en el que se experimenta el mundo a través de los sentidos y las distintas relaciones de éstos con el entorno. El cuerpo, como centro de la vida, es el punto de vista privilegiado a partir del cual se observa el exterior. Este punto de vista se localiza en el tiempo y el espacio, un cuerpo entre otros cuerpos ubicado entre la memoria y el deseo.
Sus personajes de rostro inmutable ocupan gran parte del lienzo, están compuestos por planos de color delimitados por líneas que se incorporan a la textura del óleo. La obra de Palafox se concentra en el cruce entre el dibujo y la pintura, donde las líneas ya no cumplen la función de mostrar a los personajes y los objetos por su contorno, sino que rompen los planos para crear volumen y cuerpos visibles. En cada línea se contrasta la neutralidad y quietud de los cuerpos con la expresión de la autora: es un rastro de su gestualidad, sus movimientos controlados, aparentemente contenidos y análogos a la tensión de cada pose, a la pausa del instante en que vemos a estas mujeres.
Las formas y la paleta de color remiten al imaginario de lo mexicano, pero se mantienen en lejos de los lugares comunes del nacionalismo. Podemos reconocer las influencias que dan lugar a las piezas de Palafox, sin que éstas limiten su exploración artística, que se vale de una iconografía personal que envuelve a sus personajes en una narrativa abierta. Los objetos y elementos arquitectónicos que aparecen en sus pinturas y dibujos aluden a la incertidumbre y las tensiones de la vida, a la curiosidad y la búsqueda constante de escenarios construidos a partir de planos de color que sugieren espacios cerrados de apariencia teatral o abiertos al horizonte.
Las imágenes en la obra de Palafox muestran la materialidad de los cuerpos pintados como receptores de procesos vitales. En el libro Desencuentros, editado por el colectivoElefante, se menciona una frase que remite al título de esta exposición: “el afán de uno quererse encontrar todo el tiempo”, en la cual se plantea el problema de la constante búsqueda personal a partir de la identidad, una idea que la autora comparte con el público.
La identidad puede reconocerse a partir de los colectivos a los que pertenecemos: la familia, la nacionalidad o los grupos sociales alrededor de nuestras actividades. Podemos presentarnos frente a otros porque somos una particularización de las identidades genéricas que hemos adoptado. De esas comunidades tomamos maneras de hacer y reaccionar, ideologías, costumbres y signos exteriores que nos hacen reconocibles. La colectividad nos refleja, pero al mismo tiempo nos limita: cualquier desviación del estándar nos quita el lugar dentro del grupo, nos hace personas no reconocidas y que tampoco pueden reconocerse a sí mismas.
Otra manera de configurar la identidad puede encontrarse en el ser imaginado, deseado, y siempre distinto al que aspiramos llegar para alcanzar una plenitud ajena. El “doble” se multiplica, toma el lugar de quien actúa ahí donde el sujeto no puede o no se atreve; encarna una voluntad que no asumimos como propia, y sin la cuál nos alejamos nuestros deseos. El “doble” se manifiesta como la satisfacción de esa falta, como la personalidad que se divide para crear la ilusión de ser otro que dialoga con el yo.
En cualquier caso, la identidad se devela como un trayecto, una búsqueda constante que, en apariencia pretende encontrar un asidero o un destino concreto, y que apenas alcanza a trazarse como una espiral sin fin, que nunca llega a tocar el centro. Esa búsqueda es comparable a un desplazamiento sobre la superficie en la que se encuentran los objetos y sujetos que pueden ser conocidos. En este recorrido tenemos alguna certeza de lo que sabemos, aunque ignoramos lo mucho que desconocemos. Moverse entre las cosas que habitan el mundo es un medio para tomar consciencia de esta limitación.
Vista así, la búsqueda de la identidad es un ejercicio de memoria, entendiéndola como un relato parcial y deformado de lo que hemos sido, pues tenemos cierta conciencia sobre lo que decidimos recordar y, por lo tanto, la memoria se vuelve un un relato en reconstrucción. “El afán de quererse encontrar” es la expresión del impulso que nos mantiene vivos. La identidad se despliega en el tiempo desde un presente cambiante, desde un cuerpo que se mueve entre los espacios compartidos con los otros para transformarlos. Dejar de buscar implicaría terminar la narrativa: asumir que somos ya todo lo que hemos podido ser, deshacer el nudo que mantiene la tensión entre lo que fuimos y lo que seremos, entre la memoria y el deseo.
Charcoal and acrylic on paper
19.49 x 15.63 x 1.38 in
Carbón y acrílico sobre papel
49.5 x 39.7 x 3.5 cm
Charcoal and acrylic on paper
19.49 x 15.63 x 1.38 in
Carbón y acrílico sobre papel
49.5 x 39.7 x 3.5 cm
charcoal and acrylic on paper
19.49 x 15.63 x 1.38 in
Carbón y acrílico sobre papel
49.5 x 39.7 x 3.5 cm
Charcoal and acrylic on paper
19.49 x 15.63 x 1.38 in
Carbón y acrílico sobre papel
49.5 x 39.7 x 3.5 cm
Charcoal and acrylic on paper
19.49 x 39.7 x 3.5 in15.63 x 1.38 in
Carbón y acrílico sobre papel
49. 5 x 39.7 x 3.5 cm
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