por Helena Chávez Mac Gregor, IIE-UNAM
El trabajo de Yoshua Okón lleva tres décadas explorando cómo el arte puede ser una bomba. Cómo puede detonar, desde la crítica y la sátira, una imagen que haga volar todo en pedazos.
El trabajo se ha modificado con los años. La ironía que en los noventa era una forma de rebeldía, se volvió un sofisticado dispositivo de desvelamiento. Si uno piensa en obras tempranas la tensión –racial, de clase, política– operaba como un espejo donde el espectador reflejaba todo su prejuicio social. En obras más recientes, la intervención está en agujerar estos espejos reflejantes para conectar procesos, para constelar territorios políticos y afectivos y mostrar como lo más íntimo de nuestro ser es parte de una compleja máquina de dominación.
Obras como Oracle (2015) nos pone en la mira una tierra arrasada por el nacionalismo. En este video el artista re escenifica una de las protestas más grandes que ha habido en Arizona en contra de la entrada de niños migrantes no acompañados a territorio Estadunidense. Los organizadores de la protesta, miembros de la milicia Arizona Border Defenders, se encarnan a sí mismos para mostrar ante una cámara que les sirve de amplificador sus posiciones racistas y xenófobas. Su agenciamiento permite ver de frente un fascismo que sin vergüenza se exhibe a sí mismo.
El otro lado de esta maquinaria de sometimiento se devela en obras como Fridge-Freezer (2015). En ella, el consumo y la promesa de éxito que dibuja la propiedad, regresa como pura ansiedad. La casa, sueño del capitalismo, muestra su rostro más claustrofóbico en la serialidad de una imagen de la familia, de lo doméstico, del hogar donde hay todo menos vida. La repetición de un paisaje que se ha vuelto la representación a igualar, revienta en un ataque de pánico.
Si bien mucho del trabajo artístico contemporáneo trata de mirar de frente los procesos políticos actuales, la operación de Okón –que hace tan necesario su trabajo–, está en conectar procesos políticos con estructuras económicas y formas afectivas. Para Okón es claro que no hay fascismo sin neoliberalismo, y que es en esa conjunción que las esferas, tanto subjetivas como públicas, se anudan en un mismo deseo. Es desde ahí que el fascismo pareciera propagarse como fuego.
Más allá de una definición del fascismo ligada a los movimientos de entre guerras, autores como Pasolini encontraron que el fascismo, como un deseo de dominación, había perdurado en los sistemas políticos, sociales y económicos posteriores a la Segunda Guerra Mundial y al derrocamiento de los regímenes de Hitler y Mussolini. Además de las estructuras burocráticas del poder lo que perduró en las formas legales fue un sistema que siguió defendiendo un proyecto económico que se sostiene sobre la base del despojo. El neoliberalismo asimiló en su defensa del individuo y su derecho a la propiedad privada un mundo en el que no cabemos todos. Los proyectos políticos están por ello ligados a un mundo de consumo que se sostienen en una forma de deseo, de subjetivación. No debería de sorprendernos el resurgimiento de fuerzas políticas que articulan su defensa del nacionalismo bajo la promesa de una mejora económica. Ante una crisis sistémica donde el capitalismo nunca podrá generar trabajo para todos, y por tanto hace inalcanzable el sueño de la propiedad, la dinámica ha sido la de producir un enemigo. Este toma la identidad que mejor le parezca al poder, cualquiera que ponga en cuestión el privilegio que se acumula en el hombre blanco cristiano.
Pasolini, referencia que el propio Okón ha trabajado en obras como Saló Island (2013), ya intuía que este nuevo fascismo sería más difícil de atacar porque crecía dentro de nosotros mismos. ¿Cómo resistir a estas formas políticas de dominación si se anudan en la promesa de felicidad, éxito y futuro?
Yoshua parece apostar en quemarlo todo. La última de sus obras hace arder una replica de la tienda Banana Republic. Lo que develan los restos carbonizados es aquello que había quedado escondido en la superficie. Una marca que comenzó vendiendo excedentes de ropa militar bajo la réplica del safari para la clase media americana. El éxito de la empresa, fundada en 1978 y adquirida por Gap en 1983, radicaba en vender ropa de hombre adecuada para mujeres sobre la representación de un cazador bien vestido, cómodo, en armonía con el paisaje. Una representación donde la vestimenta militar se convierte en una aspiración de clase. El cazador, como imagen del privilegio de superioridad, le permite crear un paisaje de consumo donde la república bananera es cualquier lugar a dominar. La mercancía, y su representación, permiten soñar con ir a detener una invasión de niños o ir a vender una casa en los suburbios.
La operación de Okón para desarticular este nudo político y afectivo está en quemarlo todo. Quizá desde la belleza de estos objetos carbonizados podremos, en los restos del fallo de una promesa, levantar el deseo y empezar de nuevo.
By Helena Chávez Mac Gregor, IIE-UNAM
For three decades, Yoshua Okón's work has explored how art can act like a bomb: how, through critique and satire, it can detonate an image that blows everything to pieces.
His work has evolved over the years. The irony that served as a form of rebellion in the 1990s later became a sophisticated means of unveiling. In his early works, forms of tension —whether racial, class-based, or political— operated as mirrors reflecting viewers' social prejudices back at them. In more recent works, the intervention lies in puncturing these reflective surfaces in order to connect different processes, draw constellations of political and affective territories, and show how the most intimate aspect of our being is part of a complex domination machine.
Works like Oracle (2015) show us a land wracked by nationalism. In this video the artist restages one of the largest protests ever held in Arizona against the entry of unaccompanied migrant children to the U.S. The organizers of the protest, members of the Arizona Border Defenders militia, portray themselves in order to use the camera as an amplifier for their racist and xenophobic positions. Their assemblage enables us to look head-on at a fascism that displays itself shamelessly.
The other side of this machinery of submission is revealed in works like Fridge-Freezer (2015), in which consumerism and the promise of success associated with property ownership return as pure anxiety. The house, capitalism's dream, shows its most claustrophobic face in the seriality of an image of family, domesticity, a home in which we find everything other than life. Through repetition, a landscape that has to represent that which must be sought after bursts into a panic attack.
While a lot of contemporary art deals with looking at current political processes head-on, Okón's operation —which makes his work so necessary— lies in connecting political processes to economic structures and affective forms. For Okón it is clear that there is no fascism without neoliberalism, and that in that conjunction both subjective and public spheres are knotted together into a single desire, whence fascism would seem to propagate like fire.
Beyond a definition of fascism tied to the interwar movements, artists like Pasolini found that fascism, as a desire for domination, had endured in the political, social and economic systems after World War II and the defeat of Hitler's and Mussolini's regimes. In addition to bureaucratic structures of power, what endured in legal forms was a system that continued to defend an economic project that is sustained on plunder. In its defense of individuals and their right to private property, neoliberalism advances a model of the world in which not everyone fits. Political projects are therefore tied to a world of consumption and sustain themselves on a form of desire and subjectification. We should not be surprised by the resurgence of political forces that articulate their defense of nationalism in terms of a promise of economic improvement. In response to a systemic crisis whereby capitalism will never be able to generate enough work for everyone, and which therefore makes the dream of property ownership unachievable, the dynamic has been to produce an enemy. The latter takes on whatever identity best suits the powers that be, anyone who calls into question the privilege that has accumulated in the figure of the white Christian man.
Pasolini, a reference on whom Okón himself has worked in pieces like Saló Island (2013), already sensed that this new fascism would be more difficult to attack because it was growing within us. How could we resist these political forms of domination if they are knotted together with the promise of happiness, success and the future?
Okón makes a bid for burning it all down. His most recent piece sets fire to a replica of a Banana Republic store. The charred remains reveal what had been hidden on the surface: a brand that started off by selling surplus military clothing under the guise of safari attire for the U.S. middle class. The success of the company, founded in 1978 and acquired by The Gap in 1983, came from selling men's clothing that was suitable for women, based on a representation of a well-dressed, comfortable hunter in harmony with the landscape. Here military attire becomes a form of class aspiration. As an image of the privilege of superiority, the figure of the hunter makes it possible to create a consumer landscape in which any place to be dominated becomes a banana republic. The commodity and its representation make it possible to dream of going off to stop an invasion of children, or going to sell a house in the suburbs.
Rather than disentangle this political and affective knot, Okón opts to burn it all down. Perhaps, out of the beauty of these charred objects, we will be able to lift our desire up from the remains of the failure of a promise, and start over.
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por Helena Chávez Mac Gregor, IIE-UNAM
El trabajo de Yoshua Okón lleva tres décadas explorando cómo el arte puede ser una bomba. Cómo puede detonar, desde la crítica y la sátira, una imagen que haga volar todo en pedazos.
El trabajo se ha modificado con los años. La ironía que en los noventa era una forma de rebeldía, se volvió un sofisticado dispositivo de desvelamiento. Si uno piensa en obras tempranas la tensión –racial, de clase, política– operaba como un espejo donde el espectador reflejaba todo su prejuicio social. En obras más recientes, la intervención está en agujerar estos espejos reflejantes para conectar procesos, para constelar territorios políticos y afectivos y mostrar como lo más íntimo de nuestro ser es parte de una compleja máquina de dominación.
Obras como Oracle (2015) nos pone en la mira una tierra arrasada por el nacionalismo. En este video el artista re escenifica una de las protestas más grandes que ha habido en Arizona en contra de la entrada de niños migrantes no acompañados a territorio Estadunidense. Los organizadores de la protesta, miembros de la milicia Arizona Border Defenders, se encarnan a sí mismos para mostrar ante una cámara que les sirve de amplificador sus posiciones racistas y xenófobas. Su agenciamiento permite ver de frente un fascismo que sin vergüenza se exhibe a sí mismo.
El otro lado de esta maquinaria de sometimiento se devela en obras como Fridge-Freezer (2015). En ella, el consumo y la promesa de éxito que dibuja la propiedad, regresa como pura ansiedad. La casa, sueño del capitalismo, muestra su rostro más claustrofóbico en la serialidad de una imagen de la familia, de lo doméstico, del hogar donde hay todo menos vida. La repetición de un paisaje que se ha vuelto la representación a igualar, revienta en un ataque de pánico.
Si bien mucho del trabajo artístico contemporáneo trata de mirar de frente los procesos políticos actuales, la operación de Okón –que hace tan necesario su trabajo–, está en conectar procesos políticos con estructuras económicas y formas afectivas. Para Okón es claro que no hay fascismo sin neoliberalismo, y que es en esa conjunción que las esferas, tanto subjetivas como públicas, se anudan en un mismo deseo. Es desde ahí que el fascismo pareciera propagarse como fuego.
Más allá de una definición del fascismo ligada a los movimientos de entre guerras, autores como Pasolini encontraron que el fascismo, como un deseo de dominación, había perdurado en los sistemas políticos, sociales y económicos posteriores a la Segunda Guerra Mundial y al derrocamiento de los regímenes de Hitler y Mussolini. Además de las estructuras burocráticas del poder lo que perduró en las formas legales fue un sistema que siguió defendiendo un proyecto económico que se sostiene sobre la base del despojo. El neoliberalismo asimiló en su defensa del individuo y su derecho a la propiedad privada un mundo en el que no cabemos todos. Los proyectos políticos están por ello ligados a un mundo de consumo que se sostienen en una forma de deseo, de subjetivación. No debería de sorprendernos el resurgimiento de fuerzas políticas que articulan su defensa del nacionalismo bajo la promesa de una mejora económica. Ante una crisis sistémica donde el capitalismo nunca podrá generar trabajo para todos, y por tanto hace inalcanzable el sueño de la propiedad, la dinámica ha sido la de producir un enemigo. Este toma la identidad que mejor le parezca al poder, cualquiera que ponga en cuestión el privilegio que se acumula en el hombre blanco cristiano.
Pasolini, referencia que el propio Okón ha trabajado en obras como Saló Island (2013), ya intuía que este nuevo fascismo sería más difícil de atacar porque crecía dentro de nosotros mismos. ¿Cómo resistir a estas formas políticas de dominación si se anudan en la promesa de felicidad, éxito y futuro?
Yoshua parece apostar en quemarlo todo. La última de sus obras hace arder una replica de la tienda Banana Republic. Lo que develan los restos carbonizados es aquello que había quedado escondido en la superficie. Una marca que comenzó vendiendo excedentes de ropa militar bajo la réplica del safari para la clase media americana. El éxito de la empresa, fundada en 1978 y adquirida por Gap en 1983, radicaba en vender ropa de hombre adecuada para mujeres sobre la representación de un cazador bien vestido, cómodo, en armonía con el paisaje. Una representación donde la vestimenta militar se convierte en una aspiración de clase. El cazador, como imagen del privilegio de superioridad, le permite crear un paisaje de consumo donde la república bananera es cualquier lugar a dominar. La mercancía, y su representación, permiten soñar con ir a detener una invasión de niños o ir a vender una casa en los suburbios.
La operación de Okón para desarticular este nudo político y afectivo está en quemarlo todo. Quizá desde la belleza de estos objetos carbonizados podremos, en los restos del fallo de una promesa, levantar el deseo y empezar de nuevo.
2 synchronized channels, vinyl, sound
Variable dimensions, 12'07", loop
2 videos sincronizados, vinilo y sonido
Dimensiones variables, 12'07", bucle
Mix media drawing
8.46 x 9.84 x 1.57 in
Dibujos de técnica mixta
21.5 x 25 x 4 cm
Triptych of mix media drawings
16.73 x 13.98 x 1.57 in; 13.98 x 16.73 x 1.57 in; 13.98 x 11.42 x 1.57 in
Tríptico de dibujos de técnica mixta
42.5 x 35.5 x 4 cm; 35.5 x 42.5 x 4 cm; 35.5 x 42.5 x 4 cm
2 channel video installation, 1 pink sofa, 1 tricolor carpet, 1 painted drywall structure
20:41', loop
Video instalación de dos canales, sofá rosa, alfombra tricolor, placa de yeso pintada
20:41' en repetición
5 fiberglass sculptures
Variable dimensions
5 esculturas de fibra de vidrio
Dimensiones variables
Fiberglass sculpture (zebra)
60.63 x 68.5 x 39.37 in
Escultura de fibra de vidrio (zebra)
154 x 174 x 100 cm
Fiberglass sculpture (clothing)
38.19 x 17.72 x 24.8 in
Escultura de fibra de vidrio
97 x 45 x 63 cm
Fiberglass sculpture
62.99 x 137.8 x 67.72 in
Escultura de fibra de vidrio
160 x 350 x 172 cm
Acrylic on canvas
52.17 x 32.48 x 2.36 in
Acrílico sobre lienzo
132.5 x 82.5 x 6 cm
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