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Tercerunquinto
Tercerunquinto - Desde nuestra propia altura
Desde nuestra propia altura
Desde nuestra propia altura
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Tercerunquinto
Tercerunquinto - Desde nuestra propia altura
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Desde nuestra propia altura
Por Georgina Cebey

En la práctica del colectivo Tercerunquinto, el residuo es unidad de pensamiento y acción: es fragmento de espacio y de tiempo, materia de lo edificado que la propia ciudad elimina y recompone. En el remanente asoma el potencial de subvertir el significado del desecho urbano para volverlo objeto de indagación estética.

Tierra demolida

El martes 19 de septiembre de 2017 a las 13:14 horas, un temblor de 7.1 grados en la escala Richter hizo retumbar la tierra del centro de México. En poco menos de tres minutos de violentas oscilaciones, la capital del país, junto con varias localidades cercanas, quedó seriamente dañada. En lo fatídico de esa jornada (centenares de fallecidos y heridos, derrumbes parciales y totales), la fecha del sismo parecía subrayar un mensaje cifrado previamente en la historia de la urbe: exactamente 32 años antes, en 1985, la ciudad sucumbió cuando a las 07:19 horas, la placa de Cocos se encontró con la placa Norteamericana provocando un terremoto de 7.8 grados. Si en 1985, el 19 de septiembre se grabó en la memoria de los mexicanos como una fecha trágica, el eco de este día en 2017 configuró múltiples narraciones colectivas: unos lo llamaron casualidad, otros apelaron al fatal destino de una ciudad construida sobre suelo lodoso y geologías inciertas.

Para Tercerunquinto, dicho evento impulsó una exploración en torno al destino de las ciudades y sus habitantes una vez que ocurre un evento natural u otro con grandes repercusiones en la transformación del entorno. Los sismos, sabemos, no se recuerdan por sus efectos en el mundo natural sino por su capacidad de destruir las construcciones que el hombre ha edificado. Entre el cielo y la tierra, las ciudades crecen y desafían la geología que les rodea. Cuando tiembla, por escasos minutos ese espacio intermedio entre el firmamento y el suelo que llamamos urbe, se vuelve frágil y, a veces, se desmorona haciendo evidente lo efímero de la civilización humana y por ende, de la arquitectura. A partir de una búsqueda y rescate de materiales de desecho producto de los sismos del 2017, así como de demoliciones posteriores consecuencia de este desastre y otros eventos relacionados, Rolando Flores y Gabriel Cázares establecen un catálogo de materiales residuales que sirven de origen de las piezas aquí mostradas. Del cielo que cae.

Lápida vertedero

Desde nuestra propia altura indaga en los fragmentos de ciudad que se desprenden y que a su vez tienen la capacidad de reorganizarse para generar nuevas constelaciones espaciales. Bajo esta premisa, se realiza un ejercicio de relectura del entorno construido con los materiales caídos que nos conduce a la idea de la ruina: lo que queda de algo que ha sido destruido, abandonado o arruinado. La ruina es un testimonio de algo que estuvo en pie. Para el antropólogo Marc Augé, “Contemplar unas ruinas no es hacer un viaje en la historia, sino vivir la experiencia del tiempo, del tiempo puro”. A través de los vestigios y del recuerdo cierta nostalgia asoma, pues en virtud de un fragmento recordamos una idea de la totalidad. Tiempo, espacio y memoria gravitan en torno a los materiales que luego de ser recolectados renuevan el orden espacial.

En un primer momento, a partir de la coincidencia de los mapas celestes de los sismos ocurridos en 1985, 2017 y 2022, Flores y Cázares trazan la posición de los astros sobre un mural que incorpora técnicas de marquetería. Maderas de deshecho y diversos metales recuperados se agrupan en Efemérides como un gesto o invitación para contemplar la belleza que surge de una fecha sombría. Por su parte, en Terrazos se aglomeran pequeños restos de la destrucción sísmica para configurar un área que señala o mapea los sitios donde alguna vez hubo una construcción derribada por los sismos de 1985, 2017 o por otros motivos. Sobre estas superficies, donde el tiempo se inscribe con fragmentos, la memoria late a través de la reconfiguración del residuo. En una urbe que suele barrer con prisa el cascajo para erigir las obras que sustituyan a las caídas, los terrazos amalgaman restos (de concreto, piedra, latón y teselas de mosaico), y rememoran, señalando una ruina.

Piedra por vida / Piedra poema

El ánimo por llevar el despojo a otros niveles de significación prevalece en la serie Anagramas. En este ejercicio lúdico, las escrituras halladas en el espacio público y el intercambio de sus caracteres sirven para integrar nuevas grafías, reafirmando el poder de la reconstrucción y/o conformación a partir de lo ya existente. El anagrama ofrece una posibilidad de recombinar fragmentos -en este caso, letras- guardando similitudes con las recombinaciones materiales de otras piezas de la exposición. Así, el lenguaje se convierte en vehículo para la resignificación y la subversión del orden establecido. Los caracteres encierran por sí mismos un potencial reconfigurativo, casi material, en el que piedra se vuelve poema. 

Si el efecto del tiempo es la acumulación de materiales sobre el universo, a momentos la naturaleza se hace presente cimbrando la tierra, borrándolo todo. De acuerdo con Andreas Huyssen, luego de un desplome, viene el escombro, y al final, la ruina, que se constituye una vez que se interpreta el lenguaje de los residuos. Siguiendo esta idea, Desde nuestra propia altura se posiciona en un tiempo incierto, en el que la nostalgia flota (nostalgia por lo que estaba en pie, por quienes ya no están, por la modernidad y sus materiales, entre otros), y apela así al inevitable ciclo de comenzar a construir lo caído, funcionando como un catálogo de gestos y ensayos, de ejercicios de memoria en tiempos de fragilidad en donde lo que prevalece es la posibilidad de recomponer el orden material tomando como punto de partida el desmantelamiento de viejas estructuras.

From Our Own Height
By Georgina Cebey

In the practice of the Tercerunquinto collective, residue is a unit of thought and action: it is a fragment of space and time, building material that the city itself eliminates and reconfigures. Out of these remains rises the potential to subvert the meaning of urban waste and turn it into an object of aesthetic inquiry.

Razed land

On Tuesday, September 19, 2017, at 1:14pm, an earthquake with a magnitude of 7.1 on the Richter scale made the ground in central Mexico cave in. In less than three minutes of violent oscillation, the country’s capital city and several nearby areas were severely damaged. On that fateful day (with hundreds dead and wounded, complete and partial collapses), the date of the earthquake seemed to underscore a message previously encoded in the city’s history: exactly 32 years earlier, in 1985, the city succumbed when, at 7:19am, the Cocos plate encountered the North American plate, causing a 7.8-magnitude earthquake. Whereas September 19 was engraved in Mexican memory as a tragic date in 1985, the echo of that day in 2017 shaped multiple collective narratives: some called it a coincidence, others appealed to the fatal destiny of a city built atop muddy soils and uncertain geologies.

For Tercerunquinto, that event prompted an exploration of the fates of cities and their residents in the aftermath of a natural disaster or some other kind of event with major repercussions on the transformation of the surrounding area. Earthquakes, as we know, are remembered not for their effects on the natural world, but for their capacity to destroy what humans have built. Between heaven and earth, cities grow and defy the geology that surrounds them. When the earth quakes, for a few short minutes that intermediate space between the firmament and the ground that we call a city becomes fragile and sometimes falls apart, making apparent how ephemeral human civilization, and therefore architecture, really is. Out of a search and rescue mission looking for waste materials that resulted from the 2017 earthquakes, as well as subsequent demolitions prompted by that disaster and other related events, Rolando Flores and Gabriel Cázares establish a catalog of residual materials from which the pieces shown here originate. From the falling sky.

Landfill tombstone

From Our Own Height delves into the fragments that the city sheds, which can in turn be reorganized to create new spatial constellations. This is the premise for an exercise in re-reading the built environment with fallen materials, which leads us to the idea of ruins: that which remains of something that has been destroyed, abandoned, or ruined. Ruins testify of something that was once upright. For the anthropologist Marc Augé, “Contemplating ruins is not traveling through history, but rather experiencing time, pure time.” A certain nostalgia rises up through the vestiges and through memory, for by virtue of a fragment we recall an idea of the whole. Time, space, and memory gravitate around materials that, upon being gathered, renew the spatial order.

At first, by overlaying celestial maps of the days the earthquakes happened in 1985, 2017, and 2022, Flores and Cázares trace the stars’ positions onto a mural that incorporates techniques from marquetry. Discarded pieces of wood and diverse reclaimed metals are grouped together in Ephemerides as a gesture or an invitation to contemplate the beauty that arises from a grim date. For its part, Terrazzi brings together small bits of waste from the seismic destruction to design an area that indicates or maps out sites where there had once been a building that was brought down either by an earthquake in 1985 or 2017, or for other reasons. On these surfaces, where time is inscribed with fragments, memory pulses through the reconfiguration of residue. In a city that tends to rush to sweep away the rubble so it can replace the buildings that have fallen down, terrazzi mix together remains (of concrete, stone, brass, and mosaic tiles), and offer a reminder, pointing out a ruin.

Stone for Life / Stone Poem

The aspiration to bring waste to other levels of signification prevails in the series Anagrams. In this playful exercise, mixing up the letters of writings discovered in public space serves to constitute new texts, reaffirming the power of reconstruction and/or configuration on the basis of what already exists. Anagrams offer the possibility of recombining fragments—letters, in this case—bearing similarities to the material recombination that characterizes other pieces in the exhibition. Language thus becomes a vehicle for the resignification and subversion of the established order. The letters themselves contain a quasi-material potential for reconfiguration in which stone becomes poetry.

Although one of the effects of time is to accumulate materials across the universe, on occasion nature makes itself present by bending the earth and erasing everything. As Andreas Huyssen has observed, after a collapse comes rubble and ultimately ruins, which are constituted when the language of the remains gets interpreted. In keeping with this idea, From Our Own Height is positioned in an uncertain time, on which nostalgia floats—nostalgia for what was once upright, for those who are no longer here, for modernity and its materials, among other things— and thus appeals to the inevitable cycle of starting to build what has fallen, functioning as a catalog of gestures and trial runs, of mnemonic exercises in a time of fragility when what prevails is the possibility of recomposing the material order, starting with the dismantling of old structures.

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Desde nuestra propia altura
Por Georgina Cebey

En la práctica del colectivo Tercerunquinto, el residuo es unidad de pensamiento y acción: es fragmento de espacio y de tiempo, materia de lo edificado que la propia ciudad elimina y recompone. En el remanente asoma el potencial de subvertir el significado del desecho urbano para volverlo objeto de indagación estética.

Tierra demolida

El martes 19 de septiembre de 2017 a las 13:14 horas, un temblor de 7.1 grados en la escala Richter hizo retumbar la tierra del centro de México. En poco menos de tres minutos de violentas oscilaciones, la capital del país, junto con varias localidades cercanas, quedó seriamente dañada. En lo fatídico de esa jornada (centenares de fallecidos y heridos, derrumbes parciales y totales), la fecha del sismo parecía subrayar un mensaje cifrado previamente en la historia de la urbe: exactamente 32 años antes, en 1985, la ciudad sucumbió cuando a las 07:19 horas, la placa de Cocos se encontró con la placa Norteamericana provocando un terremoto de 7.8 grados. Si en 1985, el 19 de septiembre se grabó en la memoria de los mexicanos como una fecha trágica, el eco de este día en 2017 configuró múltiples narraciones colectivas: unos lo llamaron casualidad, otros apelaron al fatal destino de una ciudad construida sobre suelo lodoso y geologías inciertas.

Para Tercerunquinto, dicho evento impulsó una exploración en torno al destino de las ciudades y sus habitantes una vez que ocurre un evento natural u otro con grandes repercusiones en la transformación del entorno. Los sismos, sabemos, no se recuerdan por sus efectos en el mundo natural sino por su capacidad de destruir las construcciones que el hombre ha edificado. Entre el cielo y la tierra, las ciudades crecen y desafían la geología que les rodea. Cuando tiembla, por escasos minutos ese espacio intermedio entre el firmamento y el suelo que llamamos urbe, se vuelve frágil y, a veces, se desmorona haciendo evidente lo efímero de la civilización humana y por ende, de la arquitectura. A partir de una búsqueda y rescate de materiales de desecho producto de los sismos del 2017, así como de demoliciones posteriores consecuencia de este desastre y otros eventos relacionados, Rolando Flores y Gabriel Cázares establecen un catálogo de materiales residuales que sirven de origen de las piezas aquí mostradas. Del cielo que cae.

Lápida vertedero

Desde nuestra propia altura indaga en los fragmentos de ciudad que se desprenden y que a su vez tienen la capacidad de reorganizarse para generar nuevas constelaciones espaciales. Bajo esta premisa, se realiza un ejercicio de relectura del entorno construido con los materiales caídos que nos conduce a la idea de la ruina: lo que queda de algo que ha sido destruido, abandonado o arruinado. La ruina es un testimonio de algo que estuvo en pie. Para el antropólogo Marc Augé, “Contemplar unas ruinas no es hacer un viaje en la historia, sino vivir la experiencia del tiempo, del tiempo puro”. A través de los vestigios y del recuerdo cierta nostalgia asoma, pues en virtud de un fragmento recordamos una idea de la totalidad. Tiempo, espacio y memoria gravitan en torno a los materiales que luego de ser recolectados renuevan el orden espacial.

En un primer momento, a partir de la coincidencia de los mapas celestes de los sismos ocurridos en 1985, 2017 y 2022, Flores y Cázares trazan la posición de los astros sobre un mural que incorpora técnicas de marquetería. Maderas de deshecho y diversos metales recuperados se agrupan en Efemérides como un gesto o invitación para contemplar la belleza que surge de una fecha sombría. Por su parte, en Terrazos se aglomeran pequeños restos de la destrucción sísmica para configurar un área que señala o mapea los sitios donde alguna vez hubo una construcción derribada por los sismos de 1985, 2017 o por otros motivos. Sobre estas superficies, donde el tiempo se inscribe con fragmentos, la memoria late a través de la reconfiguración del residuo. En una urbe que suele barrer con prisa el cascajo para erigir las obras que sustituyan a las caídas, los terrazos amalgaman restos (de concreto, piedra, latón y teselas de mosaico), y rememoran, señalando una ruina.

Piedra por vida / Piedra poema

El ánimo por llevar el despojo a otros niveles de significación prevalece en la serie Anagramas. En este ejercicio lúdico, las escrituras halladas en el espacio público y el intercambio de sus caracteres sirven para integrar nuevas grafías, reafirmando el poder de la reconstrucción y/o conformación a partir de lo ya existente. El anagrama ofrece una posibilidad de recombinar fragmentos -en este caso, letras- guardando similitudes con las recombinaciones materiales de otras piezas de la exposición. Así, el lenguaje se convierte en vehículo para la resignificación y la subversión del orden establecido. Los caracteres encierran por sí mismos un potencial reconfigurativo, casi material, en el que piedra se vuelve poema. 

Si el efecto del tiempo es la acumulación de materiales sobre el universo, a momentos la naturaleza se hace presente cimbrando la tierra, borrándolo todo. De acuerdo con Andreas Huyssen, luego de un desplome, viene el escombro, y al final, la ruina, que se constituye una vez que se interpreta el lenguaje de los residuos. Siguiendo esta idea, Desde nuestra propia altura se posiciona en un tiempo incierto, en el que la nostalgia flota (nostalgia por lo que estaba en pie, por quienes ya no están, por la modernidad y sus materiales, entre otros), y apela así al inevitable ciclo de comenzar a construir lo caído, funcionando como un catálogo de gestos y ensayos, de ejercicios de memoria en tiempos de fragilidad en donde lo que prevalece es la posibilidad de recomponer el orden material tomando como punto de partida el desmantelamiento de viejas estructuras.

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